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Atrapada entre recuerdos de la turba bogotana

Por Juliana Estrada

Creo que no soy la única que se ha preguntado qué ocurrió hace 74 años, cuando uno de los líderes políticos más seguidos en la historia del Partido Liberal yacía en las calles frías del centro de Bogotá, sin olvidar que, ese hecho fue uno de los primeros esbozos que se dieron de lo que ha sido, hasta estos días, la violencia en Colombia. 

─En el 46 ¿yo estaba trabajando, o estudiando? ─intenta recordar Carmen, una señora de unos ochenta y tres años de edad, bajita pero llena de historias que contar, la cual se encuentra en una ardua lucha para poder levantar los pies del piso y dar un paso, no tan amplio, hacia el comedor. 

─Tenía 13 años, eso fue como a las 2 de la tarde ─. Logra sentarse en la silla de madera, se acomoda la falda sobre los tobillos e inicia su relato. 

─Yo estaba en la casa, en el barrio Las Cruces. Es que cuando lo mataron a él fue en el centro, entonces eso fue noticia y como coloquialmente se dice, se ‘regó la bola’: “mataron a Gaitán, mataron a Gaitán”. Todos los vendedores de los almacenes oyeron y salieron a la puerta a decir “¿qué pasó? Que mataron Gaitán” y mi papá ahí mismo dijo: “No, yo si no me espero”, entonces arrancó el aviso que teníamos que decía ‘Sombrerería Colombia’ y lo dejó adentro del local, porque si no llegaban y acababan con él, con todo, porque estaban era saqueando y en ese tiempo sí se robaban todo, no como ahora que es muy seguro.

─Recuerdo que el 9 de abril, Pepe, mi hermano mayor, me dijo que fuéramos a mirar que mataron a Gaitán, entonces mi madre nos preguntó “¿Qué van a ir por allá?”. Cuando salimos, yo iba pensando que si nos caían las balas íbamos a morir muy niños, entonces le dije a Pepe “usted eche adelante y yo detrás, con eso por si acaso le caen a usted primero” ─comentario seguido de una risa lenta y acogedora─. Entonces me dijo: “nos vamos hombro a hombro”, y yo le dije que no, que él se fuera adelante y yo atrás, y así llegamos hasta la carrera Sexta.

─Entonces nos fuimos hasta donde habían matado a Gaitán, pero las calles estaban llenas de policías y cadáveres, o de ‘indios’ con ruanas y sombreros, como el ‘ratero’ de ese tiempo ─dice, soltando una risa alegre y burlona, pero discreta. 

─Llevaban machetes, picas, lo que encontraran, pero a nosotros no nos dio miedo, claro, pensando que a mi papá le pasara algo.

─Mientras estábamos allá, mi padre cerró todo y se fue, pero no por arriba por donde nosotros íbamos, sino por abajo, o sea, como quien dice, por la Caracas, ─señalando con la mano hacia el norte de la ciudad─ a salir ligero allá a la segunda, a la casa, y nosotros con esa ‘hijuemadre’ afanada “que Daniel no aparece, que Daniel no aparece” por eso fue que Pepe dijo: “Vámonos porque mi papá no aparece, y a lo mejor le ha pasado algo, entonces vámonos nosotros”. 

─Fue ahí cuando mi madre le dijo a mi padre que nos habíamos ido para la sombrerería, que quedaba en toda la esquina de la Plaza de Bolívar. ─No, pero si ellos no llegaron allá, yo no los vi ─le respondió mi padre afanado.

Luego, continuó. ─Todos los que quedaron alrededor de Gaitán eran ladrones, y como los negocios tenían ventanas de cristal, ellos les lanzaban piedras y se robaban las armas, los ‘canastones’ de frutas y de pan, o los ‘azadones’. Por ahí todavía hay uno de esos ─dice, dejando que el momento, y la risa, la llenen por completo. 

─¿Y los tranvías? ¿Ya ardían en llamas? ─me invadió por completo la curiosidad. 

─No, yo no me acuerdo de eso. En ese tiempo teníamos la ‘Lorencita’ que nos llevaba hasta el colegio en la Avenida Chile: era una especie de tranvía, todo cerrado. Pero si recuerdo que a los edificios les metieron candela, los almacenes Tía los volvieron una nada, y en la noche, los mismos que se fueron a saquear, pasaban por el frente de mi casa, con antorchas, viendo a dónde se podían meter a seguir robando; y mi madre, mientras nos esperaba en el portón, esos indios le gritaban “camine usted a robar para que consiga que va a tragar”, empujándola para que se fuera con toda esa ‘chusmería’, y de tanto que le decían, se puso a llorar al ver que nosotros no aparecíamos. 

─Cuando llegamos a la casa, nos dijo que no saliéramos más a la puerta porque nos podían hacer algo, y es que le ‘metían’ a uno miedo con esos gritos que pegaban: “Salgan que mataron a Gaitán, tenemos que vengar su muerte” o “abajo el gobierno, arriba Gaitán”, y como estábamos en el gobierno de Belisario, ¿o era el de Pastrana? ─se detiene un momento a pensar, y divaga siete u ocho segundos─, en el de Ospina Pérez, era, porque la mujer salió más ‘berraca’ que él ─se ríe.

─Y muy de malas el señor que dijeron que mató al caudillo, porque él solo pasaba por ahí, y preciso le echaron la culpa y lo acabaron, ─dice riéndose de manera burlesca─ a él lo mataron los mismos del Partido Liberal, nadie más. 

─Nosotros salimos otra vez a los ocho días después de haber muerto Gaitán, mi madre, mis hermanos y obviamente mi padre, porque donde vieran el almacén abierto, se lo desocupan, o le prenden candela. ─Dice Carmen, con un gesto de lástima en la cara. 

Después de aquel emocionante relato, se levantó un poco cansada de la silla acolchonada de la sala, se dirigió a la cocina con pasos cortos y rápidos, se volteó hacia mí y me dijo con cierto tono sarcástico: ─¿Se imagina volver vivir algo como eso hoy en día? Que Dios nos ampare. 

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