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Un hombre que nunca se detiene, Irving Gutiérrez: un actor de actores

Irving Gutiérrez: un actor de profesión y corazón. Foto cortesía

El histrión se presenta con un look ligero, alegre, que desmiente la gran importancia que tiene este profesional para sus seguidores y alumnos.

Redactado por: Jeffer Ruiz. Practicante voluntario CAM.

Luciendo sus 45 años, su barba de un par de días, una radiante sonrisa, y camiseta negra, donde se lee “Experiencia Teatral” justo debajo de, como no, un dibujo de máscaras de teatro, muestran que es un ser de una modestia y una sencillez absoluta. De fondo, un cartel de su academia de actuación, “Soñadores del arte” funciona como publicidad casual, y muestra que es hombre de detalles. Pero para conocer al artista, hay que remontarse a su niñez.

“Desde muy pequeño siempre tuve muy claro, en que quería ser actor, tenía esa conciencia”, rememora. Un primer suceso definió su camino como artista: “luego de quedar en un casting para una telenovela en Venezolana de Televisión, como era muy pequeño, necesitaban la firma de mis padres para autorizar, y mi papá no aceptó”. Para el pequeño Irving, eso quedó como una frustración, hasta que a sus 20 años ocurrió un segundo suceso que impactó su desarrollo, esta vez positivamente.

En esa época, trabajaba en McDonald’s, en la parte administrativa, y disfrutaba de las mieles del éxito. En ese momento, surge la necesidad de hacer una campaña mundial para estandarizar el sistema de entrenamiento de la compañía a través de videos explicativos de sus procesos. “Se realiza un casting interno, ya que la productora quería que los talentos salieran de la compañía, pero prohibieron que participaran gerentes, sólo personal base, por lo que yo quedaba fuera”, explica melancólicamente.

Su rostro refleja una sonrisa de satisfacción pícara, y termina contando que armó un equipo para el casting, sin intención de participar. “Comenzaron las audiciones -continúa-, pero los chicos no estaban dando resultados. Tuve que levantarme y darles una pequeña muestra de cómo se hacía, cómo manejar un guión y una cámara”. El resultado es fácil de prever: “a pesar de las prohibiciones, la gente de la productora levantó el teléfono, y supongo que hablarían con alguien pesado, porque a pesar de lo cerrados que eran con los procedimientos, me dejaron hacerlo a mí”, manifiesta entre risas. Y ahí fue cuando volvió a florecer ese amor por el arte, por las luminarias.

Pero esto no ocurrió de inmediato: doce años después, tras la muerte de su madre por una enfermedad, regresó al mundo de la actuación, más que nada por una necesidad emocional. En ese momento se confrontó con la necesidad de reconocerse y reencontrarse. “Yo me decía: Dios mío, yo necesito hacer algo que me haga tener fuerzas, porque estoy muy desgastado. Quiero algo que me haga vivir de nuevo”. Y ahí renació Irving, el  actor, con más pasión que nunca.

“Hice un primer curso de actuación, seguí con el Centro de Directores para el Nuevo Teatro, después, y a partir de ahí, desde el 2009, no he parado”, dice con fuego en la mirada. Y no se ha detenido. Radicado en Chile, donde en los últimos dos años, y muy a pesar de la pandemia, ha estrenado series como El presidente, de Amazon Prime (2020); Los Carcamales, de Netflix (2020); e Isabel: La Historia Íntima de la Escritora Isabel Allende (2021), estrenada en EEUU a través de HBO Max, y posteriormente transmitida en Latinoamérica por la plataforma Amazon Prime.

Acerca de su decisión de emigrar lejos de su patria, explota: “El año 2014 fue un año… ¿Puedo decirlo como me surge?”. Y continúa atropelladamente “¡De mierda!”, y su expresión se entristece, mientras narra aquellas decisiones que lo llevaron a emigrar.

Cuenta como la vida se encarecía y cada vez se dificultaba más en su país; como la calidad de vida disminuía, el transporte se complicaba, trabajar se hacía imposible, y cuando se podía, el beneficio era muy poco; es decir, su vida como artista, se complicó muchísimo, en medio del terrible clima de confrontación social que marcó aquellos años. “Los artistas venezolanos que no estábamos plegados al movimiento que dominaba en ese momento, y que todavía sigue instaurado en el Estado, teníamos que bregar para hacer una miserable función de teatro. Pero nunca dejamos morir el teatro en Venezuela”, narra, con voz afectada de emoción.

El encuentro cierra con un pequeño juego, donde entre risas declara que su actor favorito es Joaquín Phoenix, y sus actrices, Meryl Streep y Tilda Swinton; que le habría encantado trabajar con el actor Yanosky Muñoz y la desaparecida Mónica Spears. En ese momento explica, con nostalgia, que la conoció el diciembre anterior a su muerte y estuvo a punto de estrenar una obra con ella. Añade que le habría encantado interpretar a Voldemort o a Dumbledore en la saga de películas de Harry Potter; que entre la televisión el cine y el teatro, le apasiona más este último; que nunca participaría en una producción que tenga un proselitismo político o religioso, y que las tres personas que más influyeron en su carrera fueron Marcos Purroy (fundador del Centro de Directores para el Nuevo Teatro), Oswaldo Estrada (compañero en la misma escuela) y Gustavo Rodríguez, su manager, a quienes considera sus guías, mentores, y amigos.

El encuentro termina entre risas, tal como transcurrió, porque con este hombre todo es así: puro, vital, franco. Por ahora, su carrera no se detiene: su proyecto Cortocircuito Moral, un colectivo artístico en el que funge también como productor y escritor, continúa viento en popa, junto a una obra de teatro en el que trabaja para integrar a un personaje creado en Venezuela, a la cultura chilena. Lo dicho, este hombre nunca se detiene.

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