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El cristalino recuerdo de una América invadida

¡Tierra a la vista! Gritó el 12 de octubre de 1492, desde el navío La Pinta, con fervor y entusiasmo Rodrigo de Triana, finalmente habían llegado a su paraje, el navegante que suponía que la tierra era redonda habría logrado descubrir una nueva ruta, con un destino real y tangible, La Isla Guanahaní, bautizada más tarde como San Salvador.

Redactado por: Mónica Paulina Usma Díaz

Taller de Crónica y Reportaje

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La Santa María… tan inofensiva, pasmada y dócil, flotando en las desconsoladas lágrimas de cientos de hombres, en busca del tan anhelado sueño de mi prometido. Ningún ser existente imaginaría que esa inocente carabela, con piel áspera, notas de humedad en sus intocables curvas y con marcas rojas similares a una cruz en sus delicadas prendas, arrebataría a Colón de mi lado, llevándolo a descubrir aquel continente, que con verdes y tropicales paisajes deslumbró a todo sujeto, cuyo único panorama de naturaleza era grisáceo, soporífero y carente de fulgurantes minerales necesarios para conservar la ambición humana.

Un tres de agosto de 1492, cuando el clima se sentía perfecto para estar con él durante todo el mes, observando amaneceres y atardeceres azafranados, dialogando sobre el día en que nuestras miradas se encontraron mágica y eternamente, se marchó, en el interior de La Santa María, la más grande de ellas, las otras dos eran La niña y La Pinta, cumpliendo con la única función de apartar tripulantes de su país en busca de una nueva ruta rumbo a Asia, a ese lugar que traería a España enormes riquezas y que sin pensar, alejaría indescriptiblemente a Cristóbal de todo lo construido en su intimidad.

Las carabelas se hacían cada vez más pequeñas, desplazándose lentamente hacia el inédito destino, que se suponía era Las Indias, el continente asiático. Viajaron nueve largas y lúgubres semanas, que ocasionaron agotamiento a falta de alimento, descanso y salud.

Uno… Dos… Tres, pasaban con lentitud los días, la desilusión invadía a cada uno de esos afectados hombres, luchando contra las consecuencias que el sol dejaba en su frágil piel, tornándose algo rojiza y adquiriendo dolorosas úlceras. El navegante no se rendía, cada noche tomaba su ínfimo astrolabio y con ayuda de las estrellas intentaba encontrar su deseado camino, ubicado en este esférico planeta, que, en esos tiempos, en los que la humanidad no había descubierto ni la mínima parte de su paraíso, creía que era plana, a excepción de él.

Nadie quería apoyar que se emprendiera aquella incierta travesía que Colón había planeado en su rol como comerciante, fue rechazado por el rey Juan II de Portugal, y

en algún momento también por los reyes católicos, no obstante, la reina Isabel I de Castilla accedió a la propuesta, hecho que suscitó e inquietó de emoción aquel hombre y lo condujo a esa penumbra de nueve semanas, la cual producía desespero y necesidad de buscar culpables.

Desde La Isla Guanahaní, Colón describe ese sitio y a su población con una pasión intensa, relataba que era una tribu con características físicas sensacionales, sus ropajes eran ligeros, solo cubrían sus genitales… El resto de su cuerpo permanecía libre de tediosas telas y su piel estaba constantemente maquillada por finas o gruesas líneas realizadas a partir de distintos pigmentos tomados de semillas frutales, cenizas y carbones. Nunca olvidaba mencionar la pasión de estos nativos por la vida, la naturaleza y sus creencias, la lealtad que en cada uno de ellos con inenarrable pureza reinaba entre aquella selva húmeda, tranquila y falta de ostentosa arquitectura, quizá por esa razón, los españoles decidieron comenzar a construir en aquellas tierras.

En enero del año 1493 llegó mi esperado momento, aquel obstinado hombre quien alguna vez me atrapó entre sus brazos estaba de regreso a España, permaneció a mi lado por casi nueve meses, reiterando en cada oportunidad cuan bella era y cumpliendo con sus deberes como esposo, pese a eso, el día de su partida llegó, como era de esperarse, y nuevamente, ese 25 de septiembre fue posible ver cómo se descomponía su imagen al alejarse en el océano.

Esta expedición alrededor del nuevo continente se extendió hasta el 4 de junio de 1496, pero sus logros como conseguir oro y hallar nuevas islas equilibraron el tiempo en el que su ausencia era inexplicable e inmutable.

Recorrió lo que suponía que era Asia dos veces más, exportó animales e importó desconocidos productos como patatas, chocolate y tomates, deliciosos alimentos que deleitaban el paladar de los europeos, algo que por supuesto producía impresión.

Después de tantos logros acompañados de abandono y soledad, en uno de sus viajes fue acusado inicuamente de tiranía tras contratiempos presentados en la creación esquemática de una urbe ubicada en América, hecho que lo apartó más aún de mi lado, afligiendo cada sensación que recorría como toxinas por mis venas, helando cada fracción de mi piel e implorando tener sus manos entrelazadas a las mías.

Américo Vespucio, un italiano singular y honorable quien participó en algunas expediciones a principios del siglo XVI, relató en sus diarios que mi prometido estaba equivocado y las tierras que había descubierto no eran en lo absoluto Asia, sino América.

Colón falleció el veinte de mayo de 1506, imaginando que el territorio que descubrió era Las Indias y dejándome una gran fortuna, pese a ello no la recibí, la edificación de nuestro amor, fabricado paulatinamente con cada noche de desvelo, desasosiego y ventura, superaba todas las riquezas existentes

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