Por: Karol García
La mujer wayuu en La Guajira, donde el viento teje historias y la tierra conserva la memoria de los ancestros, emerge una generación que camina en un mundo en donde convergen la tradición y la modernidad. En ese punto se encuentra Primeria Barros, comunicadora social, gestora cultural y figura destacada en la defensa de los derechos del pueblo indígena.
Su vida como mujer wayuu ha sido un recorrido constante entre el territorio ancestral y los escenarios públicos donde hoy se discuten las transformaciones que Colombia necesita. Su nombre suele aparecer asociado a liderazgo, representación indígena y activismo cultural. También, es conocida como “princesa wayuu”, un seudónimo que adoptó desde niña, cuando en su comunidad la llamaban Mahay, apelativo afectivo que, posteriormente, llevó a las redes sociales, aunque aclara que “princesa” no es un rol formal dentro de la estructura social wayuu.
El tránsito del territorio a la ciudad; una identidad que resiste:
Primeria creció en las rancherías, en medio del desierto guajiro, donde los días están marcados por la vida comunitaria y el contacto directo con la naturaleza. Allí aprendió los valores que hoy guían su liderazgo, la palabra como herramienta de equilibrio, el respeto por los clanes y la importancia de la colectividad.
Su desplazamiento hacia la ciudad fue inevitable, primero a cursar sus estudios de primaria y bachiller y posteriormente a estudiar su carrera universitaria. Sin embargo, el ir y venir del territorio se convirtió también, en un acto de resistencia. Regresar con conocimientos, experiencias y herramientas nuevas se volvió una forma de aportar al bienestar colectivo.
Roles y figuras centrales del pueblo wayuu:
Dentro de la estructura social wayuu existen figuras esenciales que sostienen el equilibrio comunitario. Primeria destaca varias de ellas para evitar malentendidos que suelen circular en medios o en la cultura popular:
- El palabrero (Pütchipü): es el mediador ancestral responsable de resolver conflictos a través del poder de la palabra. Reconocido por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
- La mujer wayuu: es la guardiana de la lengua, la memoria y las tradiciones de su pueblo. Tiene un rol central en la transmisión de conocimientos ancestrales a sus hijos e hijas y en la preservación de las prácticas culturales, como el tejido, que simboliza la vida, la identidad y la continuidad del clan.
- La Utsü: es una figura femenina de gran importancia espiritual dentro de la cultura wayuu. Representa la conexión con lo sagrado, los ancestros y la cosmovisión del territorio. Su rol no es político ni administrativo, sino simbólico y guía, se encarga de mantener la armonía espiritual de la comunidad, transmitir enseñanzas sobre valores, rituales y saberes ancestrales,
- La Piachi: Su rol se centra en la sabiduría práctica y en la guía dentro del territorio, aconseja sobre decisiones importantes, enseña técnicas de cultivo, cuidado del entorno y resolución de conflictos menores, y orienta a las familias en la transmisión de conocimientos tradicionales. A diferencia de la Utsü, que tiene un carácter más espiritual, la Piachi actúa como una guía concreta y cercana, asegurando la continuidad del saber ancestral en la vida cotidiana de la comunidad.
- Las Mahayus: son jóvenes mujeres dentro de la comunidad wayuu que cumplen un rol cultural especial. Su función principal es la de ser embajadoras de la cultura, manteniendo vivas las tradiciones y representando a su pueblo en espacios donde se cruzan la modernidad y la identidad indígena.
Es en este contexto que Primeria adopta el seudónimo de “princesa wayuu”, no como un título occidental, sino como una forma de reivindicar la identidad juvenil con la que creció.
La fuerza de la mujer wayuu en un territorio complejo:
Hablar de la mujer wayuu es hablar de un tejido social que sostiene la cultura desde la palabra, la memoria y la crianza. Primeria lo expresa desde su propia vivencia: la mujer dentro del territorio asume múltiples funciones, desde la enseñanza artesanal hasta la transmisión de la lengua y la organización familiar. Y aunque estas raíces le dan una base sólida, reconoce que hoy la mujer wayuu enfrenta retos particulares, especialmente en términos de representación y participación en espacios de decisión.
Para ella, la sociedad colombiana ha avanzado, pero aún queda camino por recorrer. Considera que las mujeres wayuu han logrado ocupar espacios que antes parecían inaccesibles, aunque todavía existen barreras que impiden que su voz sea escuchada plenamente. En sus palabras, la lucha consiste en demostrar que la identidad cultural no limita, sino que es un punto de partida para fortalecer la autonomía.
La representación indígena aún busca equilibrio:
Colombia cuenta con 115 pueblos indígenas y al menos 65 lenguas nativas. Sin embargo, su presencia en espacios de poder sigue siendo limitada. Según datos del Ministerio de educación, las curules indígenas representan un espacio fundamental pero insuficiente para la diversidad de pueblos que habitan el país.
Barros observa esta situación con claridad. Sabe que la representación no puede quedarse en cifras o en discursos simbólicos. Considera que las voces indígenas deben tener más participación real en el Congreso y en las instituciones del Estado, especialmente para promover leyes que respondan a las necesidades territoriales.
Critica que, aunque existen curules especiales, en muchos casos no ha habido un interés genuino por servir, sino disputas internas impulsadas por intereses económicos o partidistas. Para ella, esta es una de las razones por las que todavía no se logra una representación indígena fuerte y cohesionada.
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La desconexión del Estado con La Guajira
El desconocimiento del territorio wayuu por parte del Estado es, para ella, uno de los problemas más graves y lo ha visto en proyectos diseñados desde lógicas ajenas a la realidad local. Menciona, por ejemplo, las casas construidas en La Guajira que provienen de subsidios de vivienda o mejoramientos de la misma, sin considerar las temperaturas extremas del desierto: viviendas cerradas, hechas con materiales que retienen el calor y que no permiten la ventilación necesaria para sobrevivir al clima. Para el pueblo wayuu, este tipo de decisiones revelan una desconexión estructural entre quienes legislan desde los escritorios y quienes habitan el territorio.
Ese desconocimiento se evidencia también en algo aún más delicado, la nutrición. Primeria insiste en que no se puede comparar la alimentación de un niño de ciudad con la de un niño wayuu. Explica que, en las ciudades, un niño puede alimentarse con una “leche y una galleta”, mientras que en la Guajira, en ese mismo rango de edad, un niño necesita preparaciones que respondan a su contexto cultural y climático, como la hauxi, una mezcla de maíz molido con leche de cabra, o bebidas tradicionales como la mazamorra o la chicha, que aportan una nutrición más adecuada para las condiciones del territorio.
La comunicación se ha convertido en una herramienta poderosa para Primeria. No solo como periodista, sino como puente entre mundos: el de las instituciones y el de las rancherías, entre las políticas que se formulan en Bogotá y la vida cotidiana que respiran los clanes en el desierto. Desde ese lugar entiende que la representación indígena no es solo presencia, es conocimiento del territorio, respeto por los roles ancestrales y apertura para que las nuevas generaciones entren en los espacios donde históricamente no estuvieron.
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