Fundación Universitaria Los Libertadores

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Cotidianidad

Paula Hernández
Programa de Comunicación Social-Periodismo
Fundación Universitaria Los Libertadores
Taller de Periodismo Narrativo y Literatura

En Bogotá cualquier actividad puede convertirse en una travesía; tan solo salir de casa y caminar entre las calles de la capital es un desafío. Y más cuando se está buscando una dirección para lograr llegar a una librería, que se halla escondida bajo las tonalidades verdes de los arbustos, y los tintes salmón de los ladrillos.

Faltaba poco para las cinco de la tarde, cuando decidimos ir caminando hasta la librería Casa Tomada para ahorrarnos el pasaje de Transmilenio, aprovechando que teníamos tiempo. Iniciamos nuestro recorrido desde la calle 63 siguiendo las instrucciones del celular de uno de nuestros compañeros, eligiendo la mejor ruta, recalco, la mejor, no la más rápida, ya que había otras opciones, pero adentrarse por esos lugares era un peligro para cualquiera de nosotros. Entre tanto, hablábamos de varios temas, por ejemplo, cómo ayudar a uno de los muchachos a conquistar mujeres.

Nuestra caminata continuó un poco más, hasta que logramos encontrar la librería. Nos acercamos, miramos la gran puerta de color marrón enfrente que parecía la entrada a un lugar mágico, y tocamos el timbre. Cuando nos abrieron, apareció una señora acompañada de un lindo anfitrión; un perro mediano que se acercó a olfatearnos y que pisó una rama espinosa que debimos ayudarle a quitar. Luego de esto, la mujer nos llevó por una puerta, donde vimos de reojo el primer piso de la librería, que era amplio, de luz apacible, y con muchos libros distribuidos de tal forma que atraían inmediatamente.

Subimos por unas escaleras algo estrechas y altas, detrás de una fila de personas, así que apenas alcanzamos a tomar asiento. Cuando ya estábamos cómodos, empecé a observar el lugar al que habíamos llegado. Era un salón pequeño, con unas 30 sillas rojas, paredes blancas con unos grandes bloques cafés que parecían de madera, y que adornaban también el techo, donde había pegadas algunas imágenes de escritores, entre ellos Edgar Allan Poe. Iluminaban la sala varios reflectores y en la parte de adelante una luz brillante resaltaba una mesa roja, dónde estaba un computador, y alrededor los cuatro primeros poetas.

Mientras yo seguía abstraída en los detalles del lugar, sentí la vibración en mi maleta del celular. Lo saqué y contesté para hablar con otro de mis compañeros, que había llegado diez minutos tarde, y no lo habían dejado subir. Así que bajé, y me sorprendí al ver a más personas junto a él, que resignados habían hecho un círculo, y juntos charlaban mientras esperaban que la reunión de arriba fuera transmitida de forma virtual para que ellos pudieran verla.

Al regresar a mi asiento, experimente la dicha y el infortunio a la vez, ya que estaba ubicada en la última silla que conectaba a la entrada del salón, y, por lo tanto, perdí la concentración y escucha de varios poemas por el ruido de la gente que subía, se quedaba en las escaleras hablando, o se paraban frente a mí y tapaban toda mi vista. Además, un hombre se hizo a mi lado y llevaba una chaqueta que sonaba cuando hacía cualquier movimiento, aparte de eso, las personas que veían al sujeto iban a abrazarlo, saludarlo y felicitarlo, mientras yo lo miraba de reojo ya algo abrumada. Pese a esto, pude deleitarme al oír a cada poeta, y meterme entre las líneas de sus versos, para vivir con cada uno las tristezas, amores y pasiones que moraban en sus escritos.

Del primer poeta, Sebastián Barbosa, admiré la forma en que se trasladó al cuerpo de otro personaje, y logró narrar todo lo que pudo pasar por la psiquis de este individuo en el momento que decidió terminar con su vida. Del poeta Carlos Colón, oriundo de Puerto Rico, tengo presente su anécdota familiar, por como contaba las limitaciones de sus padres para poder viajar o salir de casa, y por eso, él desde sus escritos creaba viajes, aventuras y recorridos que, de algún modo, a través de ellos, lograba que sus padres vivieran de otra manera, aunque permanecieran en el hogar. Posteriormente, con Jorge Iván Jaramillo y su poemario Litorales, descubrí que observar a alguien comer un mango puede convertirse en un poema tan exquisito como la misma fruta, porque retrata la sencillez de una acción que, con las palabras correctas, se convierte en una bella historia.

Escuchar a cada poeta, me brindaba una perspectiva distinta de lo que es la poesía, de su fuerza y flexibilidad. Otros autores pasaron, y de pronto, vi como el hombre que hace unos minutos miraba estresada, iba hacia adelante y se sentaba en el centro de la mesa, mientras lo felicitaban por ganar un premio de poesía. Ya entendía por qué el alboroto de todos los que pasaban por su lado.

Ubicados los siguientes autores, inició otra ronda de lectura, y de esta, uno de ellos me impactó por su sutileza, su creatividad e ingenio. Era Alejandro Cortés, un hombre de saco púrpura, con el cabello algo largo, sujetado por una moñita. Leyó unos poemas que me cautivaron por cómo desde la simplicidad narraban cosas profundas. Uno de ellos aludido a la caspa, otro titulado un poema equis, y otros tantos que habitaban temas musicales y bandas. Al igual que este libro, que hablaba sobre la música en su vida, los poemas eran composiciones llenas de melodías.

Al terminar esta ronda, bajamos al jardín, para encontrarnos con los demás, que estaban tomando chocolate, café o cerveza. Pasamos allí y formamos un círculo alrededor de los poetas, a quienes escuchamos intentando no distraernos con uno de nuestros compañeros, que tenía un audífono puesto para oír cómo Colombia intentaba una vez más, hacer gol.

Finalmente, cuando todos leyeron sus textos, nos reunimos los del grupo en un rincón del jardín, hablamos un poco de la experiencia y nos despedimos. Salimos en grupo a la calle, mientras oíamos gritos eufóricos en los alrededores, que nos indicaba que el equipo de fútbol nacional iba ganando el partido, lo cual fue motivo suficiente para transitar por los bares, intentando hallar asientos y ver lo que faltaba del juego.

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