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Crónica

Violencia sexual, la otra cara del conflicto en Colombia

Fulvia Chungana de la Red de Víctimas y Profesionales con el grupo de tamboreras. Foto suministrada por la entrevistada.

La paz y la reconciliación hacen parte del proceso para la reconstrucción de la memoria y sus víctimas del Conflicto Armado en Colombia

Redacción: Vivian Beltrán Torres. Estudiante de sexto semestre de Comunicación Social-Periodismo.

La vida en los pueblos es muy diferente a lo que se cree en la capital, al igual que su estilo de vida. Así lo cuenta una mujer campesina, trabajadora a quien el conflicto, la violencia y el desplazamiento, una mañana le llamó a su puerta en el año 1990, en El Tambo, un municipio en el departamento de Cauca, ubicado aproximadamente a 33 kilómetros de su capital, Popayán. En ese momento la guerrilla para ellos era más una seguridad como la policía, por lo tanto, no sentían miedo hacia ellos, ya que quienes estaban a cargo de la zona era el octavo frente de las FARC. Se rumoraba que en diferentes ocasiones habían abusado sexualmente de varias mujeres, pero no había denuncias al respecto, y mucho menos se imaginaba que algo así le llegaría a ocurrir a ella.

Un día muy temprano se presentó la guerrilla cantando “el pueblo unido, jamás será vencido”, algo que era bastante habitual, por ello, no le prestó demasiada atención. Tres de los hombres uniformados ingresaron por el lugar donde la mujer se encontraba lavando unas cebollas, uno de ellos le preguntó si había agua hervida para beber, a lo que le contestó que no, pero que le ofrecía un poco de café. Ella ingresó a la pequeña cocina de leña, cuando de repente este hombre la agarró a la fuerza por la parte de atrás, la tiró al suelo, le apuntó con el fusil en la cara, le puso el pie en el pecho y le dijo que no gritara.

En ese momento el miedo se apoderó de ella por completo y entró en un estado de pánico, y le imploraba que no le hiciera daño puesto que se encontraba en su quinto mes de embarazo, lo único que se le cruzaba por su cabeza era que la iba a asesinar. Mientras la mujer suplicaba por su vida, el guerrillero le amarró las manos y poco a poco se fue bajando la cremallera del pantalón, le desgarró la ropa interior y sin pensarlo dos veces la penetró abusando de ella, sin parar de apuntarle ni un solo instante con el fusil.

Lo que más recuerda de aquel horrible momento y de este hombre, era el olor tan putrefacto y desagradable que éste desprendía de su cuerpo, un almizcle que la acompaña hasta el día de hoy. Pasados unos minutos él se levantó del suelo, sin antes amenazarla indicando que, si llegaba a hablar de lo ocurrido, las consecuencias las pagaría su tío, quien era el oficial de policía del pueblo y salió corriendo.

Como pudo se levantó del suelo y se limpió la poca ropa que le quedaba puesta, tratando de recoger el poco de dignidad que le quedaba, pero de ahí en adelante nada volvió a ser igual ya que se sentía sucia, al mismo tiempo se tocaba sus partes íntimas y no creía lo que había sucedido. Ya en la ducha no dejaba de llorar, trataba de quitarse la suciedad que sentía en su cuerpo con abundante agua, pero no era suficiente ya que el dolor en su alma cesaba.

Salió de su casa y se dirigió a donde una vecina para hablar de lo ocurrido, ella le ofreció una taza de café para tranquilizar los nervios con los que había llegado, pero fue imposible apaciguar su sufrimiento y la impotencia que sentía. Le contó lo que había sucedido, y el mejor consejo que esta mujer le brindó, fue no hablar de lo que le había pasado con nadie, indicando que era muy peligroso para ella y su familia.

Después de esto se trasladaron con su pareja sentimental a Uribe, un departamento del Cauca sin mencionar los acontecimientos; al cuarto día le empezaron a salir granos en todo el cuerpo y en sus genitales. En el hospital le diagnosticaron el contagio de una enfermedad de transmisión sexual y le querían realizar el aborto de su bebé ya que nacería afectado, pero ella no lo permitió.

Le hicieron pruebas a su esposo y le preguntaron en varias ocasiones si había estado con alguien diferente a él, ya que sus exámenes habían salido negativos, pero ella por miedo a ser juzgada y que la abandonara siempre negó lo que había sucedido. Estuvo un mes aproximadamente hospitalizada, aislada y sin poder recibir visitas de nadie, los médicos ingresaban lo más protegidos posible y la ropa de ella la tenían en bolsas de la basura, les pidió que no le contaran nada a su esposo, ya que todos conocían que era una mujer de su casa y no sabía cómo tomaría la noticia de lo que realmente tenía.

Pasado este tiempo le dieron el alta, pero siguió en un tratamiento bastante fuerte durante los dos años siguientes, en sus brazos ya no tenía lugar alguno donde aplicarle una sola inyección más. Posteriormente a esto, no volvería a estar con su esposo por una temporada prolongada y éste decide abandonarla para siempre. Pasado un tiempo rehízo su vida, se volvió a casar y tuvo otra hija, pero su pareja le fue infiel, sufrió de abuso sexual cuando llegaba borracho, al igual que violencia intrafamiliar y se separó nuevamente.

Fulvia Chungana, así se llama la protagonista de la historia, es una mujer a la cual la violencia se le percibe en su mirada, pero, aun así, perdonó a las FARC en el 2013 cuando llegó a Bogotá y conoció a Ángela, coordinadora Nacional de la Red de Víctimas y Profesionales. Quien la ayudó y después de un largo proceso habló de lo ocurrido entendiendo que ella había sido solo una víctima más del conflicto. Hoy en día es la coordinadora de la institución y trabaja con otras víctimas contando su historia, les brindan apoyo psicológico y ayudan a otras mujeres que han pasado por lo mismo. En Popayán tienen una obra de teatro llamada “tambores que claman, cuerpos que expresan hilos de vida”, donde le cantan a la paz, al amor y a la esperanza. Son más de 43 tamboreras que van a colegios y comunidades vulnerables, a su vez trabaja con la guerrilla y apoya la JEP, ya que piensa que es la única forma de conocer la verdad y que sean juzgados por la ley.

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