Conflicto: Dos caminos, resistir o partir

Por: Maicol Andrés Volveras

El conflicto en Colombia dejó una marca imborrable en quienes lo vivieron de cerca. Para algunos, la única opción fue huir y empezar de nuevo en tierras desconocidas; para otros, quedarse significó enfrentar la violencia y aferrarse a sus raíces. Dos caminos diferentes, pero una misma historia de lucha y supervivencia. Rosa Bernal y Ernesto Ávila representan esas dos caras de la resistencia: una mujer obligada a partir para proteger a su familia y un hombre que, pese a las amenazas y el miedo, decidió quedarse. 

Rosa Bernal, madre y abuela, tiene su hogar en Villeta, Cundinamarca, su testimonio refleja el miedo, el dolor y la lucha por salir adelante en otra ciudad, enfrentando la incertidumbre y las dificultades, pero siempre con la determinación de darle un futuro a sus hijas. Recuerda el día en que su vida cambió para siempre.

La violencia cada vez estaba más cerca, azotando su comunidad, pero ella nunca imaginó que un día llegaría a su propia puerta: “Cuando mataron a mi hijo, supe que no podía quedarme ni un minuto más. La única opción era salir, aunque eso significara dejarlo todo atrás”, cuenta con la voz entrecortada. Con sus hijas de la mano y el miedo pisándole los talones, partió hacia la ciudad sin rumbo fijo, con la esperanza de encontrar un lugar seguro. 

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“Aquí sigo, aquí quiero estar. Esta es mi historia y mi tierra”. Las voces en medio el conflicto 

Los primeros años en la ciudad fueron difíciles, la discriminación, la falta de oportunidades y el recuerdo de lo que había perdido la perseguían cada día: “Llegar a un lugar donde nadie te conoce, donde todos te miran con desconfianza, es como empezar desde cero, pero con una carga que nadie más puede ver”, relata Rosa. Aun así, la determinación por darle un futuro a sus niñas la impulsó a seguir adelante. Con el tiempo, logró asentarse y reconstruir su vida. Sin embargo, la ciudad nunca fue su hogar, años después, decidió volver al campo, a Villeta, donde finalmente encontró un nuevo comienzo. 

Por otro lado, mientras muchos huían, Ernesto Ávila, de 68 o 70 años, padre, abuelo y dueño de su propio hogar, tomó la decisión de quedarse, también cerca a Villeta, Cundinamarca: “Irme significaba perderlo todo. La tierra es lo único que realmente es nuestro”, dice con firmeza. Pero quedarse no fue fácil, las amenazas eran constantes y, en varias ocasiones, tuvo que esconderse durante días para evitar ser una víctima más del conflicto: “Uno aprende a vivir con miedo, algunas veces pensaba que algún día iba a ser mi revolver y yo contra estos, pero también sabía que nadie me iba a sacar de mi tierra”, afirma. 

Las noches eran largas y el sonido de los disparos se convirtió en parte de la rutina: “A veces, no sabías quién era peor: unos o los otros. otras noches los escuchaba aquí, casi en mi casa”, recuerda. A pesar de todo, se negó a abandonar su hogar, con el tiempo, la violencia disminuyó, pero las cicatrices quedaron.

Hoy, observa hacia atrás y aunque reconoce el peso de lo vivido, no se arrepiente de su decisión: “Aquí sigo, aquí quiero estar. Esta es mi historia y mi tierra”, dice con orgullo. Su testimonio habla de su experiencia, de cómo recibía amenazas y de las muchas veces que tuvo que refugiarse, pues el conflicto entre diferentes actores se perpetuaba en su territorio. 

Rosa y Ernesto tomaron decisiones distintas, pero comparten el mismo dolor, la misma resistencia y el mismo amor por la tierra que los vio nacer. Para Rosa, el regreso al campo fue cerrar un ciclo. Para Ernesto, nunca irse fue un acto de defensa.  

Las historias como las de ellos recuerdan que la violencia no solo se mide en cifras, sino en vidas que fueron alteradas para siempre. Mientras algunos encuentran consuelo en la distancia, otros en la permanencia. Lo cierto es que, independientemente de la elección, todos han cargado con el peso de una guerra que nunca pidieron, pero que marcó su destino. 

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