Redactado por: David Galvis y Nicolás Aranguren
En el corazón de Bogotá se erige con majestuosidad La Candelaria, sus calles adoquinadas y edificaciones centenarias testigos de los avatares que ha experimentado la capital colombiana. Fundada por los colonizadores españoles en el siglo XVII, esta pintoresca zona ha conservado su esencia a lo largo de los años, convirtiéndose en un crisol de vivencias que se entrelazan con la rica historia de Colombia.
Durante la época colonial, La Candelaria fue el epicentro de la vida social y política de la ciudad. Sus calles, estrechas y empedradas, fueron testigos mudos de los movimientos independentistas que gestaron la liberación de Colombia. En sus edificaciones, como la Casa de Nariño, residencia del presidente de la República, se gestaron los primeros pasos hacia la construcción de una nación libre y soberana. Sin embargo, más allá de su importancia histórica, La Candelaria se destaca por el fuerte lazo de hermandad que une a sus habitantes y visitantes. Este sentimiento se manifiesta en la manera en que cada rincón de la zona cuenta su propia historia, contribuyendo al tejido cultural que caracteriza a este barrio. La solidaridad y la camaradería se vuelven palpables al recorrer sus calles, donde los vecinos se conocen por nombre y comparten vivencias en torno a la chimenea de la esquina o en la plaza principal.
El corazón de esta crónica, la historia del bar de doña Ceci, se convierte en un ejemplo viviente de este espíritu comunitario. Este lugar, más que un simple establecimiento, se erige como un testigo silente de décadas de encuentros, despedidas y celebraciones. La familia de doña Ceci, a lo largo de generaciones, ha forjado un espacio que trasciende lo físico, convirtiéndose en un refugio donde se comparten risas, anécdotas y sueños.
María Cecilia Ortiz es el nombre de quien ahora lo mencionan en un letrero amarillo en forma más urbana encima de un bar sobre la carrera cuarta al lado del parque de Los Periodistas, lleva 40 años viviendo en este sector y nos cuenta que desde muy joven se vio atraída por el barrio y el centro de Bogotá, resalta que no siempre fue así, como quien dice, todo tiempo pasado fue mejor y que su bar no siempre fue bar sino empezó con una cafetería pequeña en la esquina de la propia cuadra, fue ahorrando poco a poco hasta poder conseguir un lugar más grande y ampliar sus víveres y licores para convertirlo en un bar.
En el bar se puede ver gente de la zona compartiendo una buena cerveza al ritmo de la música de cantina que suena de fondo y a todo volumen, el hijo de ella es quien le ayuda a ella hoy en día a administrarlo y atenderlo y hacer de este lugar un bar al que más que por la cerveza, se quiera ir a recordar.
El ambiente en el bar de doña Ceci refleja el carácter hospitalario y acogedor que define a La Candelaria. El hijo de doña Ceci, con sus 40 años de experiencia en el lugar, no solo gestiona un negocio, sino que cuida y preserva un legado que va más allá de las bebidas y los platos servidos. Es un custodio de las memorias de aquellos que han pasado por el bar, un embajador de la hospitalidad de la zona.
Entre las icónicas calles también se encuentra Don Isaías, un personaje entrañable que se erige como un pilar de vitalidad y carisma en la Plaza de la Concordia, es mucho más que un simple comerciante. Con sus años de experiencia al frente del hospital de las plantas, se ha convertido en un ser querido no solo por los locales, sino también por los turistas que se aventuran a descubrir los encantos de La Candelaria.
Su presencia es como un faro de buena energía que ilumina la plaza y sus alrededores. Don Isaías, con su sabiduría acumulada a lo largo de los años, no solo se dedica a dar nueva vida a las plantas que llegan a su «hospital», sino que también teje historias y experiencias que florecen en su pequeño rincón verde. Cada planta tiene su propia narrativa, una historia de cuidado y dedicación que refleja el compromiso de Don Isaías con la naturaleza y la comunidad.
No es solo un proveedor de plantas; Don Isaías es un nexo entre el pasado y el presente de La Candelaria. A medida que las plantas crecen y florecen bajo su cuidado, también lo hacen las historias que él atesora. Ha visto generaciones de personas pasear por la plaza, ha sido testigo de amores que han nacido entre sus verdes amigos y de amistades que han perdurado a lo largo de los años.
Así mismo, en una de las casas que queda cuesta arriba de este barrio colonial, frente a la calle de las brujas, se encuentra el restaurante Gato Gris que día a día cocina para los turistas y personas en Bogotá los mejores platos, pero esto no se trata de comida, se trata de la historia detrás de este y el porqué de su nombre. Andrea Angarita, Sommelier del restaurante desde hace 3 años, conoce la historia de la casa desde antes que fuera un lugar gastronómico, enfatiza en que todo en ella es original, se mantienen sus viejas estructuras.
Caminar por las maderas agujereadas del segundo piso y tocar las puertas de madera pintadas con pinturas de aceite hacen sentir a cualquiera en una casa antigua y no en un restaurante, el sol de la tarde es perfecto para la mesa en donde se sientan a conversar sobre el recinto. Andrea empieza a contar la trayectoria del restaurante, el reconocimiento en el New York Times en 2012, la acogida que tienen de personas extranjeras que vienen por primera vez a Colombia, los platos y vinos que tienen en su carta. Y por último relata la historia del personaje que tuvo como propietario la casa: Francisco Aragón y su esposa María Mercedes de Aragón, provenientes de España. Quienes fueron los primeros propietarios de este predio.
Se dice que para ese entonces en épocas cuando los reyes todavía existían, María Mercedes de Aragón era la mujer más hermosa de la zona y pasaba sus tardes con su gato gris en el callejón de las brujas viendo el atardecer.
Eso por la primera historia que Angarita cuenta ya que afirma que hay dos historias y depende de la magia que cada quien quiera darle al restaurante puede escoger. La segunda es que la misma Mercedes de Aragón pasaba sus días en el balcón de la casa junto al gato gris que la acompañaba en las tardes llenas de sol y música que provenía de los trovadores de la época, Mercedes intercambiaba ojos de amor con uno de estos artistas y decide dejar a su esposo por irse con este, abandonando al gato gris junto a su marido. En la habitación de los espantos, una habitación que está al costado derecho del segundo piso de la casa fue donde se dice que Don Aragón pasó sus últimos días con su gato gris en el cuarto y que al morir el gato quedó solo en la casa muriendo poco a poco de pena moral en la misma habitación de su dueño.
Entre la creatividad y la historia está Sánchez Carvallo, propietario del bar de vinos en La Candelaria, emerge como un protagonista esencial en la amalgama de arte y placer que caracteriza a este rincón histórico de Bogotá. Su visión audaz, forjada en colaboración con Homero, la leyenda viviente de La Candelaria, ha dado vida a un espacio que trasciende los límites convencionales de la creatividad y la indulgencia.
Este bar de vinos, nacido de la mente inquieta de Sánchez Carvallo y la inspiración de Homero, se convierte en un refugio donde el arte y la degustación de vino se entrelazan de manera armoniosa. Aquí, cada copa es más que un simple libar, es un acto de apreciación estética. Las paredes del establecimiento se convierten en lienzos que albergan obras de artistas locales, creando un diálogo visual que acompaña la experiencia sensorial de cada visitante.
Y así, se encuentra el legendario «Chibcha Homero»: Pionero de La Candelaria, en su bar donde el arte florece y las historias se entrelazan. Este rincón bohemio, hogar de pintores y actores, es el tributo íntimo de Homero a la creatividad y la privacidad. Un refugio que ha visto nacer, crecer y florecer generaciones, donde las puertas de madera desgastada se abren para recibir poesía, café y el eco de relatos que tejen la rica historia de este lugar.
Las paredes del bar están decoradas con fotografías que cuentan la historia de noches inolvidables, capturan sonrisas congeladas en el tiempo, gestos de complicidad y brindis que sellaron amistades duraderas. Entre las imágenes, se vislumbran pósteres de artistas locales que alguna vez llenaron el lugar con sus notas melódicas, dejando una huella imborrable en la memoria del bar.
La magia del Bar de Homero se intensifica con el paso de las horas. La oscuridad de la noche se funde con las luces tenues del lugar, creando un ambiente donde los secretos se comparten con susurros cómplices. Algunos clientes llegan con la intención de olvidar, otros buscan recordar; sin importar la razón, todos encuentran en este bar un refugio donde los problemas se diluyen en la mezcla de alcohol.
Y así, se encuentra el legendario «Chibcha Homero»: Pionero de La Candelaria, en su bar donde el arte florece y las historias se entrelazan. Este rincón bohemio, hogar de pintores y actores, es el tributo íntimo de Homero a la creatividad y la privacidad. Un refugio que ha visto nacer, crecer y florecer generaciones, donde las puertas de madera desgastada se abren para recibir poesía, café y el eco de relatos que tejen la rica historia de este lugar.
Las paredes del bar están decoradas con fotografías que cuentan la historia de noches inolvidables, capturan sonrisas congeladas en el tiempo, gestos de complicidad y brindis que sellaron amistades duraderas. Entre las imágenes, se vislumbran pósteres de artistas locales que alguna vez llenaron el lugar con sus notas melódicas, dejando una huella imborrable en la memoria del bar.
La magia del Bar de Homero se intensifica con el paso de las horas. La oscuridad de la noche se funde con las luces tenues del lugar, creando un ambiente donde los secretos se comparten con susurros cómplices. Algunos clientes llegan con la intención de olvidar, otros buscan recordar; sin importar la razón, todos encuentran en este bar un refugio donde los problemas se diluyen en la mezcla de alcohol.
En un lugar donde las calles empedradas guardan siglos de historias testigos de un tejido único de relatos, un tapiz que se entreteje con cada copa, cada planta, cada risa y cada suspiro. Desde la familia extendida de María Cecilia, el cuidado amoroso de Don Isaías, los pliegues del tiempo de Andrea hasta la crónica viva de Homero dan la bienvenida a generaciones que han nacido, crecido y florecido bajo su techo.
Así, en La Candelaria, la magia reside en el entramado de estas historias, en la hermandad que se respira en cada rincón. Entre risas, poesía, vinos y plantas, La Candelaria sigue siendo el corazón latente de Bogotá, donde el amor por la historia y la comunidad fusionan el pasado, el presente y el futuro en un abrazo eterno.