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Arremetida bogotana: una tragedia anunciada

Toma del Palacio de Justicia 6 de noviembre de 1985, Bogotá, Colombia. Muertes, desapariciones y recuerdos que estremecieron la vida de todo un país. Foto: Shutterstock

Redacción: Juliana Estrada, Andrés Caro y Juliana Ariza


El 7 de noviembre de 1985, Belisario Betancur enfrentaría las cámaras de los periodistas después de conseguir la retoma del Palacio de Justicia. Entre los oídos que escucharon el discurso del entonces mandatario de Colombia, se encontraban los de toda una ciudad en vela, aturdida por los hechos que horas antes, habían marcado un trágico suceso consumado en la capital del país.

Haciendo un retroceso en el tiempo. 

El 20 de septiembre de 1985 se realizó una reunión para proteger a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Los jueces asistentes eran los de apellido Ganoa, Medellín, Roseyi y el presidente de esa corte, Echandía. Revisaron el esquema de vigilancia con el fin de salvaguardar las ponencias sobre los tratados de extradición con Estados Unidos. Se determinó que la Policía Nacional realizara un estudio de seguridad del Palacio, que se llevaría a cabo el 27 de septiembre y el 15 de octubre de ese mismo año. 

Un mensaje anónimo llegó a los oídos de las fuerzas militares, incitando a la alarma para el día 17 de octubre. Se tomaron las medidas necesarias para evitar cualquier acción contra la estructuración y trabajadores.

El 1 de noviembre se retiró la seguridad extra aportada por las fuerzas armadas, a petición del presidente de la Corte Suprema. Pedro Herrera Miranda, Coronel de la Policía, acató las órdenes del presidente, ignorando que estaba sobrepasando su autoridad. 

El 4 de noviembre de 1985, la Policía Nacional dejó la seguridad del edificio penal a cargo de una empresa privada, Cobasec, ignorando las advertencias del M-19 acerca de un posible atentado. 

Llega el fatídico día. 

En la mañana del 6 de noviembre, Gloria Isabel Anzola de Lanao, después de dejar a su hijo en el jardín infantil, se dirigía al Palacio de Justicia, más precisamente a la Sala Plena del Consejo de Estado, en donde se encontraría con su tía Aydée Anzola Linares, la primera mujer en conseguir situarse en un puesto como la Consejería de Estado. Una vez allí, estacionaría en el sótano su Renault 12, que mantenía la silla de su hijo en los dos puestos de atrás, saludaría a su tía y partiría a su oficina de abogada, a unas pocas cuadras de allí. 

Mientras ella se encontraba en el primer piso del Palacio, siete hombres de la guerrilla del M-19 lograron infiltrarse a las 11:00 de la mañana. La toma del Palacio estaba a punto de iniciar. Todos iban armados y vestidos de civil. El jefe del primer grupo de subversivos, el comandante Alfonso Jacquin Gutiérrez, que ya se encontraba en la estructuración, hizo una llamada telefónica a Luis Otero, uno de los co-fundadores del M-19 y director de toda la operación Antonio Nariño por los Derechos del Hombre. Otero se encontraba en una casa en el barrio Calvo Sur, calle 6ªsur n° 8-42, con otros 27 hombres que también esperaban la llamada. Estos 27 guerrilleros más los otros 7 tenían el nombre de Comando Iván Marino Ospina, en honor a su fallecido exjefe.

Al mismo tiempo,  un joven de 17 años, Andrés López, se encontraba en la Plaza de Bolívar prestando su servicio militar en la Guardia Presidencial. —Ese día estábamos “de prevención”, entonces lo que hacíamos era patrullar alrededor de la Plaza de Bolívar y alrededor de la Casa de Nariño. 

Treinta minutos después de recibir la llamada que anunciaba el proceder de las fuerzas guerrilleras que se resguardaban en una casa cercana al lugar donde se avecinaba una tragedia, entraron al Palacio. Los caminantes del pasillo del primer piso presenciaron tres muertes, dos guardias de seguridad, Eulogio Blanco y Gerardo Díaz Arbeláez, y un policía, José Fonseca Villada, las primeras víctimas de la operación y dos automóviles ingresaron por el sótano, donde se encontraba el carro  con la silla de niño de Gloria Isabel.

—Estábamos ahí, en pleno patrullaje, cuando de repente hubo un tiroteo —dice López con euforia—. Enviaron al primer pelotón al Palacio de Justicia, y yo, que pertenecía al segundo, estuve ‘de buenas’ porque no fui de los soldados que tuvieron que ingresar al Palacio, sino que me enviaron a refugiar, junto con unos compañeros, el edificio del Congreso, que queda justo al frente, sobre la carrera séptima.

En las escaleras que llevan a las puertas de la estructuración, se notaba una aglomeración de hombres de la Policía y del Ejército Nacional. Mientras, otros se ubicaron estratégicamente en la Catedral Primada, el Palacio de Liévano y la Casa del Florero, con intención de recuperar las instalaciones. 

—Cuando llegamos, subimos a la azotea del Congreso y desde allí vigilamos. Después, bajamos a controlar la gente para que no se colapsaran y bloqueamos toda la carrera séptima, pero las personas no eran conscientes y no se daban cuenta de lo que estaba pasando allá afuera, entonces nos echaban ‘madrazos’, nos gritaban “asesinos malditos”.

A la 1:00 p.m. los autores se encontraban en el cuarto piso llamando a la Casa de Nariño, edificio donde reside el Presidente de la República, y a varias cadenas radiales para hacerse responsables por lo acontecido. Alfonso Reyes Echandía se situaba como un simple observador, mientras le explicaban que nada le iba a suceder y que lo requerían para abrir las negociaciones. 

El gobierno recibió las peticiones para dejar la toma, pero decidió no negociar. La principal petición de quienes poseían en ese momento la edificación, era juzgar al actual presidente por la violación de unos acuerdos pactados para el fin del conflicto armado con ese grupo subversivo al margen de la ley.

Foto: Shutterstock

Combate “bala a bala”.

Durante las horas siguientes se enfrentaron bélicamente las Fuerzas Armadas Colombianas con los guerrilleros. 

1:30 p.m.: ingresaron hombres del batallón de la Guardia Presidencial, sacaron los dos cadáveres de los guardias y tomaron la ametralladora de un tanque Urutú. 

1:55 p.m.: un EE-09 Cascavel rompió la puerta principal del Palacio. 

2:00 p.m.: Los guerrilleros tomaron a los rehenes y se vieron obligados a ascender a pisos superiores, mientras un incendio iniciaba en la parte alta del edificio. 

2:15 p.m.: algunos rehenes —donde se dice que estaba la mamá de Juan—fueron trasladados a la Casa del Florero para su identificación. 

2:25 p.m.: las Fuerzas Armadas tomaron el edificio. 

—Entre los disparos y los gritos de las personas, podía ver cómo sacaban por la carrera octava a los cadáveres que quedaban del combate que se vivía dentro del Palacio de Justicia. Allí pude ver el cuerpo de uno de los miembros del grupo subversivo. Para mí, que tenía 17 años en ese entonces, fue terrible y traumático ver a un difunto al que le habían ‘volado la cabeza’ —afirma Andrés López, con un tono melancólico—. Realmente no tenía cómo darle gracias a Dios de que estaba vivo y de que no había tenido que entrar allá. 

3:15 p.m.: el presidente del Senado, Álvaro Villegas Moreno, tiene una conversación con el magistrado Reyes Echandía, quien le pide el cese al fuego, pero su petición fue rechazada por el gobierno. 

4:10 p.m.: los soldados fueron en busca de rehenes, Reyes Echandía seguía pidiendo el cese al fuego, y el auto de la madre de Juan se consumía en llamas, siendo testigo de las explosiones del sótano.

Armando una cortina de humo.

5:00 p.m.: mientras las cadenas de televisión transmitían un partido de Millonarios contra Unión Magdalena, Juan Gossaín, periodista de Caracol Radio quien narraba los hechos que estaban ocurriendo en el Palacio, recibió una llamada de la Ministra de Comunicaciones, Noemí Sanín, quien le hizo saber su molestia e incomodidad por el cubrimiento de esta grave situación que se estaba viviendo; le pidió el favor de salir del aire, con el fin de evitar que se siguiera dando a conocer a la opinión pública lo que sucedía en ese momento en la capital y que estaba haciendo gran daño al país.  

5:45 p.m.: se inicia un incendio de origen desconocido en el cuarto piso, muchas personas se ven obligadas a bajar al tercer nivel, y agentes de la policía son desalojados en helicópteros. 

Mientras aquel edificio se consumía en llamas, Andrés López seguía de guardia. 

—Ese patrullaje en específico fue algo muy abrumador: mientras hacíamos guardia, se escuchaban todos los disparos y las explosiones. Ese miércoles 6 estuvimos allí toda la tarde, y a las 7 de la noche, el oficial que estaba conmigo me dijo “nos vamos y mañana volvemos temprano, que el otro pelotón queda a cargo”. 

9:30 p.m.: un fuerte estruendo sacudió el cuarto piso, los bomberos no demoraron en llegar y las personas no paraban de pedir el cese al fuego y la asistencia de la Cruz Roja. 

10:00 p.m.: las balas invadían las salas penales, algunas personas fueron rescatadas por el ejército y los bomberos.

La llegada de un nuevo día. 7:00 a.m. del 7 de noviembre.

—Al día siguiente, a las 7 u 8 de la mañana, volvimos. Tuve que vigilar la zona entre la carrera octava y novena, una calle que queda en línea recta con el Palacio de Justicia— cuenta López.

Horas más tarde, Belisario Betancur se comunicó con los colombianos: 

—Esa inmensa responsabilidad la asumió el Presidente de la República. Que para bien o para mal suyo, estuvo personalmente tomando las decisiones, dando las órdenes respectivas, tomando el control absoluto de la situación. De manera que lo que se hizo para encontrar una salida dentro de la ley, fue por iniciativa suya, por cuenta del Presidente de la República…

Sin embargo, dichas palabras no fueron suficientes para que la madre de Juan Francisco Lanao regresara al jardín por él. 

En la última conmemoración de lo sucedido en la toma del Palacio de Justicia, el entonces director de Medicina Legal , Carlos Valdés, menciona que las investigaciones acerca de las desapariciones forzadas han sido muy demoradas, corroborando así la aparición de algunos cuerpos en fosas comunes o tumbas ajenas a ellos, reafirmando la manipulación por parte de la Fuerza Pública hacia la institución donde este trabajaba, confirmando la intención de ocultar el cometimiento de estos crímenes por parte de la entidad involucrada en los hechos. 

—Se sabe que hubo muchos misterios, muchas cosas que aún hoy en día no se descifran y mucha gente que fue a trabajar ese día al Palacio y no volvió a salir —añade López, y seguido de un leve suspiro profundo, continúa—. Fue muy complejo, algo que nunca olvido y que generó que cada 6 de noviembre, apenas abro los ojos, diga “estoy vivo, estoy acá”, y haber sobrevivido a todo eso es algo increíble.

Así, miles de memorias han quedado rotas, siguen las preguntas sin respuestas, continúan los procesos a medio hacer, las cenizas de un Renault 12 incinerado con una silla de bebé en el asiento trasero, una madre, que pérdida en el recuerdo, perdura y un hecho que cavó un hoyo en los corazones y en la memoria de los bogotanos. 

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