Por: Laura Juliana Oyola Reyes, Nicol Jojoa y Nicol Delgado
“Yo no me imaginaba la magnitud de lo que yo estaba viviendo en ese momento. Por eso yo digo que mucha de la gente no supo ni qué era lo que estábamos viviendo. Porque eso fue el caos total.” Edilma Loaiza.
Así como Edilma, un aproximado de 25 mil personas que vivían en el pueblo no sabían lo que sucedía hace 40 años en Armero, cuando el Volcán Nevado del Ruiz hizo erupción después de 69 años de inactividad, llevándose todo a su paso: personas, animales y estructuras completas, cuyos cimientos, cuerpos y recuerdos continúan enterrados hasta el día de hoy.
Según algunos medios de comunicación de la época, como El Espectador y Caracol Radio, los habitantes de Armero no fueron alertados de la inminente erupción; sin embargo, algunas personas lograron escapar de una de las tragedias naturales más grandes que ha sufrido el país. La noche del 13 de noviembre de 1985 la vida de Edilma y su familia cambió para siempre.
Los ojos de la tragedia
Edilma y su esposo, Jesús Caicedo, nunca escucharon las alertas de evacuación, si es que existieron, pero si el caos en el que se sumió Armero y que llegó a la puerta de su casa: personas y animales tratando de huir de la mezcla de lava y lodo que descendía rápidamente por las colinas. Pero por las mismas condiciones, les fue imposible salir del lugar.
La pareja tomó a sus cuatro hijos (Eison Alirio y Jesús Edwin, gemelos de nueve años; Astrid Helena, de siete y Edward Julián, de dos) para intentar salir de la casa, pero el lodo los alcanzó y arrastró hasta dejarlos sumergidos. Según Edilma, durante aproximadamente cuatro días creyó que era el caudal del río el que había crecido y causado la tragedia, sin imaginar que su familia estaba rodeada por lava mezclada con agua y tierra.
Por largo tiempo solo se escuchaban los gritos y lamentos de las personas, hasta que se acercó un joven de la Cruz Roja que oyó llorar a Edward pidiendo comida. Convenció a Edilma de entregarle al bebé, con la promesa de alimentarlo y traerlo de regreso, pero “el niño nunca más volvió. Yo lo entregué con la confianza de que me lo iban a devolver”, recordó Edilma.
Al entregar a su pequeño, intentó buscar a sus gemelos, que iban de su mano, pero estaban enterrados a su lado. “Cuando yo destapé los niños, tenían los ojos abiertos y llenos de sangre. Yo como pude los fui sacando”.
Edilma sabía que su esposo estaba cerca, pero sentía que sus piernas estaban atrapadas bajo el lodo. Solo logró liberar una de ellas, pero aun así no podía moverla ni sentirla. Cuando finalmente logró girarse, encontró a su esposo: “Comencé a ayudarlo a sacar. Estaba reventado. Él botaba mucha sangre de la cintura para abajo”.
Buscando cómo liberarse, llegó a considerar cortarse la pierna atrapada para ayudar a su esposo, pero en medio de ese intento él murió a su lado. Edilma sabía que su hija estaba aún enterrada junto a Jesús, pero no lograba verla, “yo comencé a echarle agua para mirar cómo estaba y la encuentro degollada”.

De izquierda a derecha: Jesús Caicedo, Jesús Edwin, Astrid Helena, Eison Alirio, Edilma Loaiza y en sus brazos Edward Julián.
El sacrificio de una madre
En medio del dolor y la pérdida, Edilma esperaba que llegaran las ayudas, pero solo recibió advertencias de sus vecinos que también gritaban pidiendo ayuda y alertando que algunos miembros de la Defensa Civil estaban quitándoles las pertenencias a los sobrevivientes. De los pocos helicópteros que pasaban, ninguno se acercaba lo suficiente.
En menos de dos días, Edilma había perdido a más de la mitad de su familia. Rodeada de dolor, agotamiento y hambre, fue su instinto de madre lo que la impulsó a salir de allí para buscar a su hijo Edward.
El cuerpo roto, la voluntad intacta
Una vez fuera del lodo, Edilma fue trasladada por diferentes puntos de Tolima hasta llegar a La Dorada, Caldas, donde le informaron que, además de completar su propia amputación, era necesario amputar también su otra pierna, ya que los ligamentos estaban rotos. En medio del caos, una enfermera la rescató del destino que ya le habían anunciado:
“Había una enfermera que me estaba diciendo que, si yo estaba orinando sangre, que no lo fuera a decir, porque estaban llevando a las personas para Medellín, y que ella quería que yo me fuera porque veía que yo tenía posibilidad de salvarme”.
Durante dos meses recibió tratamiento médico, preguntando constantemente por su hijo, sabiendo que al salir de Armero el bebé tenía el pie herido. El personal médico vio la necesidad de remitir a Edilma y a otros armeritas a un centro psiquiátrico, no sin antes darle la noticia que tanto anhelaba.
Con su hijo en brazos, Edilma enfrentó una larga estadía en el centro psiquiátrico, donde recibió malos tratos, falta de comida, agresiones verbales y tratos discriminatorios. “A Edward sí le daban el desayuno porque la orden era que el niño sí tenía que comer y eso, pero a mí sí no”.
Más allá de las heridas visibles, los tratamientos médicos y los traumas, había un pensamiento recurrente que le impedía contar su historia o hablar con quienes la rodeaban sobre la tragedia de Armero.
La tragedia después de la tragedia
A pesar de las constantes tribulaciones que la vida le presentó, 40 años después de la tragedia Edilma logró contar su historia y expresar en voz alta sus pensamientos. Esto le ha ayudado en su proceso de sanación, permitiéndose volver a vivir y reconociendo que inició un camino construido por ella misma.
Hoy recuerda el compromiso y la responsabilidad de su esposo, la belleza de su hija y los detalles de sus gemelos: “Se iban para la piscinita de allá a bañarse e iban a cantarme desde allá, me decían que me querían”.
Gracias también a la compañía y apoyo de su hijo Edward, Edilma sueña con un futuro en el lugar que una vez fue, y aún considera, su hogar: “Con esa tierra, si no la llegan a vender, me gustaría que la dejaran quieta ahí para yo seguir visitándola hasta el día que Dios me lleve a su presencia, y que Edward siga visitando a sus hermanitos y a su papá”.
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Las heridas que aún duelen en Armero
Edilma y Edward visitan constantemente lo que fue su hogar. Además, se han involucrado activamente con la comunidad, generando espacios de visibilización y acompañamiento, especialmente con profesores y estudiantes, para comunicar de forma responsable lo sucedido después de la tragedia de Armero.
Con el paso de estos 40 años, han evidenciado situaciones con las que, desde su sentido de pertenencia hacia Armero, no están de acuerdo y esperan una pronta solución.
Edilma Loaiza, la lucha de una mujer que decidió sobrevivir

Rendimos un homenaje a Edilma Loaiza, una mujer cuya historia encarna la fuerza y la dignidad de quienes sobrevivieron a la tragedia de Armero. Madre de cuatro hijos, Edilma atravesó uno de los momentos más dolorosos que puede vivir una persona, pero aun así encontró la manera de levantarse, reconstruirse y seguir adelante.
Su lucha incansable por recuperar al único hijo que le quedó con vida es un acto de amor que trasciende el tiempo. Su resiliencia, su valentía y su capacidad de seguir adelante aun cuando parecía imposible la convierten en un símbolo de esperanza y de vida.
Su historia no solo honra a las víctimas de Armero, sino que ilumina el coraje silencioso de tantas madres que, incluso en medio de la devastación, encuentran la forma de seguir adelante. Edilma nos deja un legado de valentía, dignidad y profunda humanidad.
Este homenaje es para ella: por su vida, por su lucha, por su inmenso corazón de madre. Gracias Edilma.
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