Por: Karol García
En una ciudad como Bogotá, donde conviven diversas identidades culturales, la moda indígena emerge como algo más que un asunto estético. Para la comunidad Muisca del Cabildo Indígena de Suba, portar sus prendas y accesorios tradicionales se convierte en un discurso político y un movimiento social de resistencia frente a la homogenización de la vida urbana.
Accesorios como protecciones espirituales: moda indígena
Lejos de ser simples adornos, los accesorios indígenas están cargados de espiritualidad, memoria y protección. La Chajcha, por ejemplo, elaborada con semillas, es un instrumento de armonización que conecta con los cuatro elementos: agua, tierra, viento y fuego. Esta ayuda a equilibrar la energía en ceremonias y encuentros comunitarios.
“Más que accesorios, son protecciones espirituales”, explica una integrante del cabildo, quien resalta cómo cada tejido conserva la fuerza y la intención positiva de quien lo elabora.
Las manillas, los artes o collares tejidos con mostacilla checa, no solo expresan la tradición estética, sino también, un tejido de pensamiento, como lo llaman en la comunidad. Es la materialización de un deseo de buena energía, de cuidado y vinculo familia. Cada miembro recibe o fabrica uno para sí mismo o para otro, como un escudo frente a las energías negativas.
La zinzona y el significado de “la luna”
Del mismo modo, la zinzona, prenda femenina que durante los últimos años también han empezado a utilizar los hombres, simboliza protección energética. Tradicionalmente está vinculada a los días de “la luna”, es decir, el ciclo menstrual femenino, que en muchas comunidades indígenas se concibe como un momento sagrado de conexión con la naturaleza y los astros, especialmente con la luna. Durante esos días, la hinchona protege a la mujer de energías negativas y se convierte en un signo de cuidado y fuerza espiritual.
Su diseño siempre incorpora símbolos muiscas como; el agua representada a través de ondas o líneas curvas que simbolizan la pureza, la vida, los lagos y ríos sagrados o figuras geométricas como espirales, triángulos, círculos y líneas rectas.
Los círculos pueden aludir al sol o los ciclos de la naturaleza, por otra parte, los espirales al flujo de la vida, los triángulos pueden simbolizar las montañas y la dirección hacia lo espiritual, a su vez, las líneas rectas representan el orden, la estructura y el equilibrio.
Estos y más símbolos remiten a los abuelos, la tierra y la espiritualidad. Así, portar esta prenda no es solo un acto cultural, sino también una manera de visibilizar como el cuerpo y sus ciclos forman parte de la cosmovisión indígena.
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Símbolos de defensa y orgullo
En el mismo sentido, la pañoleta de la guardia representa la defensa del territorio, la autonomía y la resistencia, mientras que la ruana, históricamente indispensable por el frío en el altiplano, conserva el orgullo y la pertenencia cultural.
Aunque muchos integrantes del cabildo no portan sus trajes a diario, debido a la dinámica de la vida urbana, en ceremonias, marchas o encuentros comunitarios, la vestimenta adquiere una fuerza política. Es entonces cuando se reafirma la presencia indígena en Bogotá. La ropa se transforma en bandera de resistencia frente a la invisibilizarían histórica.

Moda indígena como discurso político global
Lo que ocurre con la comunidad muisca de Suba no es un caso aislado. A nivel latinoamericano, la moda indígena ha sido entendida también como una herramienta de lucha política y de afirmación identitaria. En el trabajo “Renaciendo con EVO: política, moda y cultura indígena en la era global”, se analiza cómo lideres indígenas en Bolivia utilizaron deliberadamente sus prendas tradicionales para enviar un mensaje político y movilizador, situando la estética indígena en el centro de los debates sociales y culturales.
De manera distinta, el estudio la “cosa étnica ¿está de moda?” performatividad indoamericana en el discurso gráfico de Vogue (2000-2017), muestra cómo la presencia de lo indígena en la moda de alta gama se mueve en una frontera compleja entre la apropiación estética por parte de las marcas globales y la agencia cultural de los pueblos originarios, que buscan reafirmar su legado en escenarios dominados por la industria de la moda.
Estos ejemplos permiten comprender que portar una prenda indígena, ya sea en La Paz, en Nueva York o en Bogotá, nunca es un gesto neutro, es un acto político que puede ser interpretado como resistencia, como orgullo cultural o incluso como un cuestionamiento a las lógicas del consumo global.
Vestirse de identidad es resistir
El mensaje, más allá de la moda, es claro, “seguir siendo0 muisca en la ciudad”. Como lo expresan desde la comunidad, habitar un territorio urbano que los absorbió no significa renunciar a la tradición. Por el contrario, cada accesorio y cada tejido reafirman la vigencia de un legado ancestral y recuerdan a la sociedad que los pueblos indígenas siguen vivos, en resistencia y en constante revitalización cultural.
En Bogotá, donde los códigos de la moda suelen estar dictados por las tendencias globales, la presencia de la moda indígena es un acto político que interpela: vestirse de identidad en medio de la modernidad.
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