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La odisea alemana, el dolor y sufrimiento interminable de todo un país.

Los restos del muro de Berlín se convirtieron en una galería pública en donde se transforma en una prueba de la historia Alemana. Foto: Pixabay

Redacción: Kevin Felipe Bernal Martínez

El próximo 9 de noviembre se cumplen 31 años de la caída del muro de Berlín, un acontecimiento que señaló un dolor y atormentó a toda Alemania por más de 38 años.

155 kilómetros de hormigón, alambre, púas fue el motivo de muchos fallecimientos, desconsuelo y sufrimientos que vivían cada día las familias berlinesas al ser separadas por un muro que una noche repentinamente nació en los cimientos de las calles de la capital de Alemania.

Balas, sangre y vestiduras rasgadas se observaban en las calles de Berlín, después que la Segunda Guerra Mundial finalizara, las familias ya tenían bastante que sus padres y esposos no regresaran a su hogar, pero no faltaban las cartas enviadas por figuras políticas transmitiendo que sus parientes y allegados habían muerto. El sonido de cadenas, voces y una marcha al compás de las armas agitándose era lo que escucharon los ciudadanos de Berlín y Alemania en medio de la guerra fría mientras su país se dividía en dos. La duda y el miedo refugiaba el país, su futuro era incierto ya que ahora sus vidas estaban en manos de extranjeros con sed de venganza, violencia sin límites.

Su país se dividió en dos; Alemania Oriental, la comandaban los soldados de impecable uniforme café, sus hombreras rojas y el intimidante quepis negro con el símbolo de la Unión Soviética. Por otra parte, se distinguía la Alemania Occidental, en donde fue invadida por los franceses, estadounidenses y el Reino Unido.

La oscuridad y tranquilidad de la noche era el único momento en el que el sosiego se sentía en la ciudad, el porvenir era igual de misterioso a los planes de los soldados y las fuerzas militares. Los rayos de sol chocaron con cada ventana que se encontraba en el país, hombres, mujeres y niños despertaron sin saber que estaba ocurriendo en Berlín, su ciudad, las nuevas personas que se preparaban para escapar de la zona oriental del país tomaron sus vehículos y emprendieron su viaje, la frontera se acercaba y la sombra de un muro que medía más de tres metros de alto cubría los parabrisas de los autos que entre las ruidosas bocinas querían pasar el meridiano entre la zona oriental y  occidental.

La cara de asombro en todos los que asistían al lugar eran notables al saber que el muro que ahora los encerraba fue construido en una noche. Gigantescas torres con soldados y armas que sobresalían e intimidaban a cualquiera que quisiera pasar por alto la nueva orden de la Unión Soviética que estipulaba que “Nadie podía pasar de una parte a otra desde la construcción del muro hasta nuevo aviso”. De lejos se observa la llamada franja de la muerte, era el primer obstáculo, luego se levantaban vallas de alambre que activaban alarmas de alerta para las torres de observación donde estaban los soldados fronterizos y eran alarmados cuando eran tocadas, las minas enterradas entre la arena que rodeaba el lugar, eran imponentes en su tamaño y un sonido intermitente advertía peligro a cada quien que se acercaba.

Así comenzó una época de dolor y tragedia para cada habitante que fue separado de su familia, las lágrimas resbalaban por sus mejillas y empapaban sus vestiduras, algunos niños no volverían a su escuela y los adultos que fueron separados de su trabajo buscaban nuevas fuentes de ingreso como ventas ambulantes para sobrevivir.

Murieron 262 personas; unas eran víctimas de las minas enterradas en el suelo, donde el miedo los cegaba, si pisaban en la dirección equivocada en un segundo sus corazones se detenían y lo último que veían era un resplandor de luz que acababa con su vida. Los túneles parecían la mejor opción, iniciaban desde los baños, las palas parecían su herramienta a la libertad, el tiempo pasaba muy rápido y la tierra volaba, el sudor empapaba el mango de las herramientas y la lluvia arruinaba todo hoyo que ya habían cavado provocando derrumbes y así muchas personas quedaban atrapadas en ellos. Los niños se acurrucaban escondiéndose en las partes más oscuras de los autos que llevaban alimentos a la otra parte de la ciudad, empezaban a temblar cuando sentían que el seguro de la puerta se movía y si esta se abría sabían que la muerte estaba próxima y que la piedad no existía en el vocabulario de los soldados del Ejército Rojo y que iban con el propósito de matar.

En la mañana del 9 de noviembre de 1989 se escuchaban en las calles gritos y multitudes clamar la misma palabra LIBERTAD, las huelgas recorrían toda la ciudad, desde la parte occidental hasta la oriental, las banderas alemanas ondeaban al ritmo del viento. La pintura era fresca y sus gotas caían por todo el muro convirtiéndose en grafitis, en mensajes de molestia contra la Unión Soviética. 

Esa misma noche el valor, la furia y el coraje se notaba en cada ciudadano de lado y lado, que, con picos, martillos y todo objeto que encontraban en su camino se dirigían hacia el muro decididos a derribar esa barrera que tantas desgracias y dolor había causado. Los pasos se escuchaban intimidantes, la gran cantidad de personas que se unían calle tras calle eran inmensas. Los guardias que se ubicaban en las torres observaban desde lejos un punto que cada vez se hacía más grande, las manos de ellos empezaban a temblar y la inseguridad de apretar los gatillos se apoderaba de ellos, al ver esta muchedumbre furiosa acercándose, los guardias del Ejército Rojo saltaron de sus cabinas escapando del lugar inmediatamente.

El sonido de los martillos contra el muro no se hizo esperar, cada golpe era con más fuerza y con más rabia, las grietas empezaron a generarse y el hormigón a desmoronarse, los trozos de piedra y alambre caían, los agujeros cada vez eran más grandes. Pasaron horas hasta que el primer berlinés cruzó la frontera, la alegría no tardó en plasmarse en su rostro, todos salieron en busca de sus familias, dejando atrás la pesadilla que los nubló durante 28 años, ejerciendo así la reunificación alemana, volviendo a ser una sola voz.

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