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Arquitectura hostil: una barrera para el derecho a la ciudad

Por Felipe Osorio, Emmanuel Zapata, José David Chalarcá y Alejandro Jaramillo, estudiantes del programa de Periodismo de la Universidad de Antioquia.

Aunque busca frenar conductas que para muchos son indeseadas o contrarias al civismo y la urbanidad, la arquitectura hostil impide también la apropiación de los espacios públicos por parte de la comunidad. Conozca en este informe especial este dilema y su relación con el derecho a la ciudad. 

Desde los bajos de la Estación Parque Berrío del Metro hasta la iglesia de la Veracruz, una de las más antiguas de Medellín, la apropiación del espacio público cobraba vida a través de las relaciones entre tinteros, vendedores ambulantes, taquígrafos, cambalacheros, fotógrafos, turistas, vendedores de souvenirs, trabajadoras sexuales, culebreros y la población flotante que circulaba por allí; todo un mosaico de ciudad. Sin embargo, desde el 30 julio de 2021, el proyecto Abrazo a la Plaza Botero, de la Alcaldía de Medellín, irrumpió en las dinámicas sociales de este espacio del Centro. 

    

Con un costo de 300 millones de pesos y bajo el discurso oficial de “recuperación de la Plaza Botero”, la Gerencia del Centro intervino 317 metros cuadrados de espacio público con cerramientos y jardineras con el fin de “fomentar la participación de los habitantes del entorno, la apropiación de espacios de reflexión, la convivencia y la transformación social, y promover la sensibilización ciudadana frente a la protección y el disfrute de las esculturas del maestro Fernando Botero”, como se señaló en la página web de la Alcaldía.

Cerramientos con rejas metálicas enmarcadas en el proyecto Abrazo a la Plaza Botero. Bajos de la estación del metro Parque Berrío y la Plaza Botero, Centro de Medellín. Fotos: Felipe Osorio V.
Desde marzo de 2022 se han reportado robos a las mallas metálicas que rodean la Plaza Botero. Nótese en la foto la ausencia de la verja metálica que va unida a las torres. Mayo de 2022. Foto: Felipe Osorio V. 

No obstante, esta intervención generó malestar entre las personas que frecuentaban esa zona y dependían de ella para su sustento y disfrute. Fue el caso de Luis Alfredo Hernández que, con 16 años trabajando en la Plaza Botero con una báscula, manifestó que con el cerramiento disminuyó la circulación de personas en el sector, afectando sus ingresos. Los primeros días de la intervención, se restringió la ubicación de los vendedores ambulantes, por lo que Hernández tuvo que reubicarse temporalmente frente al Hotel Nutibara. 

 

Incluso, recién instaladas las vallas, se llevó a cabo una protesta cultural liderada por las organizaciones Putamente Poderosas y TOLOPOSUNGO, alegando que era una iniciativa excluyente con los actores principales que circundan la plaza y que viven de ella.

Lo anterior es reflejo de lo que el sociólogo y humanista francés, Michel Focault, planteaba. Para él, los espacios públicos son también sitios donde el poder se expresa y ejerce. Lo sucedido en Plaza Botero no es una intervención exclusiva de Medellín, sino que encaja en un tipo de obras públicas denominada como arquitectura hostil. 

 

¿Una arquitectura que fragmenta la ciudad?

 

Este fenómeno ampliamente estudiado en Europa occidental y Estados Unidos, se presenta cuando desde el diseño urbano se construyen espacios públicos que desincentivan el uso público y que buscan evitar ciertas conductas indeseadas o consideradas incívicas por las autoridades o residentes. Por ejemplo, cuando se instalan rocas debajo de los puentes para evitar que los habitantes de calle duerman, o se cierran zonas verdes para evitar la apropiación del espacio. 

Estos diseños hostiles evidencian las desigualdades sociales y económicas, y repercuten en la construcción del tejido social urbano, fragmentándolo. “Nuestra sociedad ha sido cruzada por violencia, y eso ha hecho que la ciudad, como la mayoría de las de países en desarrollo, tenga niveles de fragmentación y desigualdad altos”, explicó Juan Sebastián Bustamante, arquitecto e investigador del Centro de Estudios Urbanos y Ambientales de la Universidad EAFIT. 

 

Esto se ve reflejado desde el sector privado, cuando personas de clase social y económica alta recurren a vallas, concertinas, cámaras de seguridad y vigilancia en busca de seguridad. “La pregunta es… ¿espacios más seguros para quién?”, cuestionó Bustamante.

 

Aunque muchas veces la arquitectura hostil se instala para mejorar la seguridad, no propone soluciones de fondo al problema. “Este componente urbano hostil o defensivo está tratando de hacer un cuidado que no va hacia lo estructural, porque no soluciona el problema de la seguridad. Realmente, lo único que hace es que lo disimula, lo disfraza o lo traslada”, expuso Jorge Andrés Rico, magíster en Estudios Políticos e investigador en seguridad. 

 

En resumen, “Vivimos en ciudades cada vez más divididas, fragmentadas y proclives al conflicto. La forma en que vemos el mundo y definimos nuestras posibilidades depende del lado de la barrera en que nos hallemos y del nivel de consumo al que tengamos acceso”, escribió el antropólogo y teórico social David Harvey en su libro Ciudades rebeldes: Del derecho de la ciudad a la resolución urbana (p. 35).

Estos diseños hostiles evidencian las desigualdades sociales y económicas, y repercuten en la construcción del tejido social urbano, fragmentándolo. “Nuestra sociedad ha sido cruzada por violencia, y eso ha hecho que la ciudad, como la mayoría de las de países en desarrollo, tenga niveles de fragmentación y desigualdad altos”, explicó Juan Sebastián Bustamante, arquitecto e investigador del Centro de Estudios Urbanos y Ambientales de la Universidad EAFIT. 

 

Esto se ve reflejado desde el sector privado, cuando personas de clase social y económica alta recurren a vallas, concertinas, cámaras de seguridad y vigilancia en busca de seguridad. “La pregunta es… ¿espacios más seguros para quién?”, cuestionó Bustamante.

 

Aunque muchas veces la arquitectura hostil se instala para mejorar la seguridad, no propone soluciones de fondo al problema. “Este componente urbano hostil o defensivo está tratando de hacer un cuidado que no va hacia lo estructural, porque no soluciona el problema de la seguridad. Realmente, lo único que hace es que lo disimula, lo disfraza o lo traslada”, expuso Jorge Andrés Rico, magíster en Estudios Políticos e investigador en seguridad. 

 

En resumen, “Vivimos en ciudades cada vez más divididas, fragmentadas y proclives al conflicto. La forma en que vemos el mundo y definimos nuestras posibilidades depende del lado de la barrera en que nos hallemos y del nivel de consumo al que tengamos acceso”, escribió el antropólogo y teórico social David Harvey en su libro Ciudades rebeldes: Del derecho de la ciudad a la resolución urbana (p. 35).

Del ciudadano al consumidor

 

¿Quién tiene derecho a la ciudad? Las ciudades contemporáneas, en Occidente, se han construido desde el paradigma del capital y la defensa de la propiedad privada; centros urbanos que, más que ciudadanos, tienen consumidores. “Se planifica lo urbano —la calle y la vida que se despliega en y por ella—, pero no la ciudad, que es vendida para que el más feroz de los liberalismos la deprede y haga de ella un negocio. Se estimula la propiedad, pero se restringe la apropiación”, argumentó el antropólogo Manuel Delgado en su libro Sociedades movedizas: Pasos hacia una antropología de las calles (p. 18).

 

En ese sentido, los desposeídos, los habitantes en condición de calle, los migrantes irregulares, son los excluidos, en los que nadie piensa a la hora de construir ciudad.

 

Bajo el discurso de la renovación urbanística se han dado procesos de gentrificación en Medellín. “La gentrificación es uno de los fenómenos más dramáticos, que va en contravía de esa ciudad ideal. Inyectar capital en zonas donde empieza una renovación urbana genera desplazamientos que no se tienen en cuenta en los proyectos. Eso también es un indicador de la hostilidad que cada vez se ve más en sectores de Medellín”, explicó el investigador urbano, Sebastián Bustamante.



Conozca en la siguiente infografía algunas cifras acerca de la habitancia de calle en Medellín y su Área Metropolitana. 

Así, se construye una ciudad que privilegia al que tiene poder adquisitivo y se intervienen los entornos comerciales para hacerlos más agradables para el consumidor. Sin embargo, si bien se conservan algunos modelos comerciales tradicionales, como la plaza de mercado o las tiendas y carnicerías de barrio, se ha favorecido el modelo privado de comercio que tiene su mayor exponente en el centro comercial. 

 

Lo anterior, lo remarcó el sociólogo francés, Michel Focault, en una de sus teorías, al afirmar que el sistema actual busca dirigir nuestras interrelaciones sociales hacia lugares de consumo, por lo que requiere acabar con los espacios públicos. Así, el poder se manifiesta en las transacciones y se desempeña comprando.

 

La ciudad no solo es hostil con acciones masivas como la gentrificación o la exclusión de los desposeídos, sino que, desde intervenciones físicas como las rocas bajo los puentes, los trozos de vidrio y las concertinas en los muros, se replica un mensaje de discriminación y arribismo.

 

Para visualizar algunos ejemplos de arquitectura hostil en el Valle de Aburrá, le invitamos a recorrer el siguiente mapa interactivo.

Es cierto que, eliminando los diseños hostiles de la ciudad, no se cambiará estructuralmente las condiciones de vida de los habitantes de calle. Pero, hay que tener en cuenta que: “es un derecho ser habitante de calle. Las alcaldías y los gobiernos deben fomentar espacios en los que ellos puedan ejercer su derecho a ser habitantes de calle, y lo que están haciendo es todo lo contrario con esos diseños tan poco empáticos”, expresó Camila Cuartas, comunicadora de Aguapaneleros Medellín, que trabaja para visibilizar y dignificar todo tipo de población en estado vulnerabilidad.

 

Muchas veces, los habitantes de calle buscan refugio bajo los puentes o en las bancas públicas y no lo encuentran debido a la hostilidad de la ciudad. Sin embargo, ellos no son los únicos afectados. 

 

Los asientos en concreto sin espaldar ni apoyabrazos, que hacen incómoda la estadía en un parque; las mallas en sitios públicos que hacen sentir el entorno privatizado, o incluso las rejas metálicas en las jardineras que evitan que los vecinos se reúnan a conversar en los barrios, son algunos ejemplos de cómo la arquitectura hostil ha cercado el derecho a la ciudad en el Aburrá.

Para saber más

Aunque es un tema poco estudiado en Colombia, la arquitectura hostil ya ha sido retratada desde las artes plásticas del país. La serie fotográfica Esquinas Gordas, de la artista Rosario López, ganó la Séptima Bienal de Arte de Bogotá del año 2000. Esta obra capturó las esquinas rellenadas con cemento para evitar a los habitantes de calle. Así, la artista buscaba poner en crisis la pregunta sobre la apropiación privada del espacio público y sobre la forma en que la arquitectura de las ciudades representa las relaciones de sus habitantes.

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